En los albores del siglo XVI, el joven Giovanni de Médici era capitán del ejército papal en la campaña contra los lansquenetes del emperador Carlos V de Alemania. En vida, ya era un mito, pues se lo disputaban los príncipes por su gran experiencia en el oficio de la guerra. Amaba la vida. La diosa Fortuna y las mujeres le sonreían. Ni un pensamiento sobre la muerte cruzaba su mente. Su ruina fue la aparición de las armas de fuego: una bala de cañón le alcanzó una pierna, la gangrena se extendió y hubo que amputarla. Aún así, la necrosis fue inevitable y el feroz guerrero falleció el 29 de noviembre de 1526.